Así es una mañana cualquiera en mi taller, que se ha convertido, como concepto, en un espacio seguro para mi creatividad. Siempre tengo a dónde ir cuando estoy haciendo, y es un lugar distinto a mi mente, que a veces me traiciona. Es un lugar especial donde el tiempo pasa más rápido de lo que quisiera, pero a la vez lo vivo más lento, que es lo más hermoso. En él me pierdo, en el tiempo del quehacer con las manos. Ese tiempo no se rige por relojes, sino por luces y sombras, por pájaros que al alba alzan la voz, por un leve rocío que antecede el camino de un caracol. Por el sol candente que se escapa, por la brisa de la tarde fresca, por el canto de los grillos o por el brillo del primer lucero. Quisiera aprender a confeccionar relojes, para armarlos, desarmarlos, para sentir que por un instante, tengo a merced el bien más preciado de todos los seres. Para sentir que la pausa ocurre, aunque todo siga en marcha … El ahora que ya no es ahora, el tiempo que se nos va.